Lo prometido es deuda, aquí la crónica del concierto. Espero que sea del agrado del respetable. Noche de verano en San Sebastián para recibir al invierno. El regio y 'belle-époqueiano' teatro Victoria Eugenia esperaba a John Dawson Winter III, es decir, a Johnny Winter. Lo cierto es que a un cuarto de hora de empezar el concierto, para tratarse de una leyenda viva, uno de aquellos mitos que tocó en aquella experiencia única que fue
Woodstock, allí no había mucho movimiento. Los fanáticos de turno sí habían tomado posiciones para presenciar el concierto en primera línea, pero nada hacía pensar que se trataba de un concierto que había colgado el cartel de
“no hay entradas”. No obstante, para el comienzo de la velada aquello se había llenado como por arte de magia. Y desde luego que no sería aquél el único suceso paranormal de la noche. Los compinches con los que el mítico Winter se rodea subieron puntualmente al escenario:
Scott Spray al bajo, veterano músico de sesión, y
Tony Beard a la batería. Como calentamiento, junto a
Paul Nelson, un
boogie de genuino sabor tejano. Los tres tienen oficio de sobra. El guitarrista puede acreditar en su currículo colaboraciones con
Dio y otros grupos de renombre dentro del circuito
heavy. La maquinaria comenzaba a engrasarse, el público entraba en calor… pero ni rastro de Johnny. Lo cierto es que las fotos de este hombre en la red de redes no auguraban tampoco nada bueno. La salud del tejano parece un chiste malo. Escuálido, débil, arrugado como un pergamino… ¿Podríamos disfrutar aquella noche de los punteos del
bluesman? La presentación del batería y bajista, que se turnaban en las labores de maestro de ceremonias, dio finalmente entrada al protagonista de la noche. Su apariencia era realmente espectral. ¿Ese vejestorio, que había llegado buscando con avidez la silla donde sentarse, sería capaz de mantener el nivel de Nelson a la guitarra?
Keith Richards, alguien de quien podemos decir que ha sobrepasado todos los límites en lo que a maltratar su propio cuerpo se refiere, no está ni la mitad de envejecido de lo que está Mister Winter.
Si yo tuviera que adivinar su edad diría 84, en lugar de 64.
http://www.tomguerra.com/images/images/tom%20and%20johnny2a.jpg Pero lo cierto es que fue tomar la
Lazer (una guitarra que por sus condiciones de peso y tamaño está especialmente diseñada para él) y arrancar de ella las primeras notas para darnos cuenta de que en efecto íbamos a poder disfrutar de una sana ración de blues.
Verlo ahí sentado, dando esa imagen grotesca, de frágil, enclenque y enfermizo anciano, con esa palidez congénita, y oírle tocar y cantar con una voz negra, era cuando menos contradictorio. Pero hete aquí, que por unos segundos cerré los ojos, y la imagen que apareció ante mí era otra muy distinta. Winter, Johnny Winter aparecía erguido, juvenil, con su larga y blanquísima melena ondeando, con su sempiterno sombrero negro tejano, haciendo gemir su guitarra como antaño.
Volví a abrir los ojos, y ahí estaba el caballero, sentado y sin mover nada más que los huesudos dedos, eso sí, a una velocidad de vértigo. ¿Me estaba volviendo loco? En absoluto, pues su música estaba haciendo entrar en trance a los 800 congregados en el teatro. Sin sección de viento, ni 3 guitarras, lo cual es respetable pero está más en la línea del show-biz, Winter y compañía actúan al desnudo, en formato de power trio, situación ésta en que las pifias se notan el doble y el triple. Música sin trampa ni cartón. Nos esperaba un viaje entre Tejas y Chicago, pasando por Mississippi. "It’s all over now", de Bobby Womack, “Tore & down”, versionada por el omnipresente Clapton, “Highway 61… revisited” del poeta Dylan… Winter toca los doce acordes recordándonos a cada nota que ha mamado esa música desde niño, siendo bendecido incluso por el "sumo pontífice" McKinley Morganfield: Muddy Waters. Por si aquello fuera poco, hizo saltar chispas cuando invocó al espíritu de Hendrix (con quien tocara en jam sessions) en la genial “Red House”. El guitarrista hizo escalar la temperatura de la sala hasta tal punto que aquello parecían las calderas del infierno. A estas alturas todos los presentes recordamos una vez más por qué este caballero había triunfado en Woodstock y por qué ahora seguía encandilando audiencias con esa no-presencia escénica tan del gusto, pongamos por ejemplo, de Miriam Benedit… (Nótese el sarcasmo)
Una de las piezas que a mí personalmente me hizo enloquecer fue “Slow blues”, uno de esos temas lentos, pesados, con un compás largo y con mucho espacio entre las notas, que irrumpen en escena a borbotones. Ese tipo de blues que nace arrancado directamente de las entrañas del músico. Esa música infame, de esclavos y putas, que hizo del ilustre teatro en el que nos encontrábamos un burdel de carretera de Beaumont. Llegados a este punto del concierto, el humilde cronista estaba cada vez más convencido de que Winter no podía ser más que el hijo de un elfo. Su figura menuda, su piel mortecina, sus brazos tatuados, su largo y lacio cabello, falto de color; sus orejas puntiagudas y esos ojillos cerrados casi de continuo, asomando de tanto en cuanto bajo el ala de su sombrero tejano, le conferían un halo prácticamente sobrenatural. Hijo de un elfo, en efecto, porque nada más puede explicar el fuego que corre por sus venas y que se derrama en el más puro blues. http://es.youtube.com/watch?v=Pb3TXLHX2fE Otro momentazo fue el regreso de Paul Nelson, que hizo del trío un cuarteto e imprimió punteos gloriosos a dúo con la leyenda Winter en un boogie que desembocó en una carrera contra el reloj. Y cuando el concierto parecía llegar a su fin, aquel albino mágico nos deleitó con su talento en el campo de la slide guitar. Para esto desempolvó su gloriosa Gibson Firebird y el bottleneck y dio una vez más una clase magistral con dos piezas, “Johnny Guitar” y “Mojo boogie”, que echaban el cerrojo a una hora y media de auténtico sentimiento. A modo de anécdota prácticamente, podemos decir que, en los primeros instantes del primer tema con la slide, el sonido del amplificador causó algún estrago, que su staff técnico solventó sin mayor problema. En resumen, Johnny Winter, ese espectro blanco, tiene asegurado un lugar en el Walhalla de los grandes del blues. ¡Larga vida al Invierno!
7 comentarios:
¡Gracias amigo Kipling por la crónica! No lo tenía calado a Winter (debo confesar que me cuesta entrarle al blues en general), pero me voy a poner a investigar.
A todo esto: la Lazer, la Firebird, el circuito del Fender Blender...
¿Sos músico?
Estimado teniente,
con estas crónicas, no va a hacer falta asistir a los conciertos...
Plas plas plas, maravilloso Kipling.
Vale...te perdono que llegaras tarde a la masacre de la Trinca.
Gracias por la crónica, teniente, sigue informando.
Vaya forma de escribir y de describir, se te da más que bien, amigo. Me has transportado al directo.
Ahora llega la envidia y todos con los dientes largos.
Que sepa usted que nos morimos de envidia. No por haber ido al concierto del Sr. Invierno, que también, sino por su talento. Es usted grande.
¡Gracias, chicos!
A ver si me veo algún concierto en NYC y os comento. Me voy el viernes, ¡¡¡qué ganas!!!
P.S.: Carlitos, no soy músico, pero sí que la sigo lo más de cerca que puedo. Si quieres escuchar algo bueno de Winter te recomiendo un directo suyo de 1971, "Johnny Winter And live".
Publicar un comentario