martes, 26 de abril de 2022

¡ÁNIMO, ANÓNIMOS!

Iba a decir que tienen mala fama. Pero quizá haya que tengo que ajustar la conjugación de ese verbo a la primera persona. Aunque sea del plural.

Tenemos mala fama. Porque parece que nos escudamos en el anonimato para decir groserías, para acosar a famosos o para hablar de política en la red social del pajarito azul

Ahora que ésta cambia de dueño me toca padecer la euforia. La euforia de quienes creen que el cambio en el accionariado de esa empresa va a hacer posible que la izquierda y la derecha se zurren de igual a igual. Otros creen en las apariciones marianas. O en la superioridad moral. Qué más da.

Luego están los que se alegran de que el señor Musk -el apellido me sugiere la palabra mustélido-, un tipo que no va abiertamente de  amigo de la Humanidad,  que hace chanzas de la bonhomía e incluso del sex appeal del -éste sí- autodefinido  f i l á n t r o p o  Bill Gates, pida el DNI, la dirección y los dos apellidos a todos los usuarios de su recién adquirido juguetito virtual.



No seré yo quien defienda al ex de Melinda: un tipo que quiere tapar el sol. Un tipo que quiere que bebamos aguas fecales procesadas. Un tipo que quiere que comamos Soylent Green, mientras él, a nivel particular, quiere hacerse propietario de la mayor extensión de tierras cultivables de EE.UU.. Un tipo que habla de que el mar va a devorar nuestras costas, mientras adquiere un pisito de soltero a pie de playa en San Diego. Qué de cosas quiere este tipo.

Por otro lado, no sé muy bien qué decirle a esa gente, jefes de opinión de periódicos y sucedáneos, que abogan por el fin del anonimato en redes sociales. Bueno, sí lo sé, pero quiero ver cómo lo digo.


Para empezar: de los más de 160.000 seguidores que tiene este sujeto en redes, ¿cuántos son anónimos? Estoy cayendo en lo fácil. Prefiero enfocar el asunto desde otro ángulo. El mío personal, por ejemplo.

Por aquí ya sabéis que soy teutón, porque me ha dado la gana contarlo. También sabéis, por el mismo motivo, que resido en una bellísima ciudad de veraneo a orillas del mar Cantábrico donde, hasta hace no mucho, se cargaban a la gente por sus ideas políticas. La banda terrorista ETA asesinó a más de  c i e n  personas, que se dice pronto, en San Sebastián. Algunos los perpetraron desde el anonimato, es cierto, pero en otros casos lo hacían a cara descubierta y a plena luz del día. Y lo que, en mi opinión, es más reseñable: las ideas por las que mataron no había reparo en defenderlas con nombre y apellidos. Defender las contrarias, exponiéndose, era es más difícil. 

Ahora se diría que ya no hay mayor problema para hablar sin miedo. Por no llenar esto de más tachones diré que eso es mentira. El miedo persiste. Y el anonimato que persiguen esos cerebros privilegiados también sirve de parapeto en redes sociales. El celo a revelar la identidad en esta tela de araña no es solamente la trinchera desde la que algunos lanzan furiosas invectivas, sino también un escudo para protegerse del odio del que piensa distinto. Y eso no va a cambiar, por ejemplo, aquí, en la Bella Easo. Por lo que, si quisiera expresar más o menos libremente lo que opino en la red social del pajarito azul o en cualquier otra, lo seguiría haciendo desde el anonimato. Y, si no me lo permitieran, sencillamente, callaría y esperaría.