domingo, 9 de octubre de 2022

EL PISITO DE SOLTERO Y LA HABITACIÓN DEL NIÑO

Me dura mucho tiempo la ropa. Es cierto que procuro cuidarla, entre otras cosas porque, cuando voy de compras, las prendas que veo me suelen gustar menos que las que ya tengo. De niño era peor. Odiaba profundamente ir de compras, pero es lo que tienen los niños: que suelen crecer. Y hay que comprar ropa nueva cada poco, como puedo dar fe desde hace un tiempito. Lo curioso es que, en cambio, disfruto muchísimo comprando ropa al enano. Mi mujer se ríe, quizá porque cuando va de compras le pasa exactamente lo mismo que a mí. Se ríe también porque se imagina que en mi oficina murmuran a mis espaldas. Entonces se inventa conversaciones ficticias de gente a la que conoce sólo de oídas y que, sorprendentemente, suenan totalmente verosímiles, hasta el punto de desdibujarse la frontera entre realidad y ficción:

- ¿Has visto esa chaqueta de cuero que lleva? Creo que la tiene desde 2008.

- Calla, maja, que lo peor es que creo que no es la prenda más vieja que suele llevar.

Lo de mis camisetas reconozco que es de traca, porque se lavan con frecuencia y, claro, se desgastan. Tengo una extensa colección de camisetas -todas de cuando era soltero- que va desde grupos de música viejuna -de Peter Green o Cream- hasta personajes infantiles añejos -Pier Nodoyuna o los Muppets-, pasando por películas o actores -también antediluvianos, como no podía ser de otra manera-, por ejemplo, Con la muerte en los talones o la fascinante Pola Negri




Mi mujer me las quiere tirar todas. Dice que están viejas. Que lo sean, puede. Que lo estén, creo que no. Bueno, algunas sí, para qué negarlo. Pero lo que pasa es que no entiende que haya quien compre -yo, mismamente- camisetas con el serigrafiado desgastado. Bueno, en realidad dejé de hacerlo. Ahora directamente no compro. Si de mis compras en los últimos cuatro años dependiera, la industria textil se iba por el sumidero a la velocidad del rayo.

Lo de las chaquetas de tweed, en cambio, es otra cosa. 


Tengo unas cuantas en el armario, con sus chalequitos a juego. Ahí no hay queja, pero sí cachondeo. Abuelete y tal. Qué carajo, también hay queja. Mi mujer dice que ocupan mucho espacio y que no cabemos en casa. Y eso que ésas me las pongo cuando empieza a hacer fresquíbiri, cosa que con la famosa inverness cape no me atrevo... 
De mi colección de gorros y sombreros mejor no comentamos nada, porque ahí tengo las de perder. ¿Cuándo puedo salir a la calle con un kalpak kirguís? El salacot lo llevé al desierto -con un par- así que está amortizado, pero ¿qué hay del sikke derviche? ¿Y del kasa japonés? Recuerdo que en el aeropuerto me miraron raro. Pero cuando se los pongo al crío, éste se muere de la risa. Y la madre me aplaza la sentencia otras dos semanas. O una.

O ninguna, porque, al poco, aparecen las pipas: Otro casus belli. Que las coge el niño y se las mete en la boca, que qué guarrada es esa, que las saque de la mesita y las guarde en otro lado. Dónde, me digo, si no hay sitio. Mejor agacho las orejas y no digo más. 

Resumiendo: que ya no cabemos en casa. Y el precio del metro cuadrado en la Bella Easo €$ el que €$. A costa de comprar mierdas de este tipo a lo largo de una soltería que estiré como un chicle, no hay sitio en el pisito. Y si al reloj de cuco selvanegrino, los recuerdos de los viajes, los facsímiles enmarcados del Codex Manesse y del Códice Calixtino, el hombre de Vitruvio y al mapamundi de Felipe II le sumamos los libros, cedés y deuvedés, la que se supone que debería ser la habitación del  n i ñ o  parece más bien una mezcla entre museo decimonónico, audioteca, videoclub, sanatorio mental y biblioteca. Lo que viene siendo un auténtico cajón de sastre.

Cuando estaba en plena vorágine filológica tenía la excusa perfecta para adquirir nuevos volúmenes: ¿Qué sabría mi santa esposa si lo que debía leer era un ensayo de E. R. Curtius sobre la influencia de la literatura latina clásica en las literaturas medievales en Europa, los dos tomos de la Paideia de Jaeger o una edición en alto alemán medio del ciclo de Teodorico de Verona? Pero ahora, a falta de arrancarme con un máster y un doctorado -para los que, con un enano en casa, ay, carezco de tiempo- se me han acabado las excusas. Y el caso es que el otro día fichó que había un libro nuevo en casa: uno que lleva el título Philosophie. No ha colado que era Philologie y que ya lo tenía de antes. Y total, ¿para qué? Antes no nos dejaba dormir, pero, desde que la fiera corretea y destapa rotuladores, ya no hay tiempo para leer dos párrafos seguidos.

Pues eso: Feliz cumpleaños, hijo. Disfruta ahora, aunque no tengas ni habitación propia, que llegará el día en que se te haga pequeño el pisito de soltero.