martes, 11 de noviembre de 2008

Un cuento de corazón

Por encima de la música que sonaba y del ruido de las conversaciones, escuché una especie de chapoteo. Miré hacia abajo, y ahí estaba, mi corazón, no podría explicar por qué estaba tan segura de que era mi corazón ese trozo de carne roja ya un poco pisoteado y con algunas colillas pegadas, pero lo era. Una rubia muy alta que bailaba a mi lado clavó su tacón de aguja justo en el centro del corazón, y me llevé la mano al pecho esperando la punzada de dolor que vendría, y no sentí nada. Esperé también que bajara la vista asqueada, para comprobar qué era lo que había pisado, pero tampoco sucedió. Sin embargo, mi corazón se partió en trozos y al cabo de varios minutos ya formaba parte de los zapatos de gente que apenas conocía.

Avergonzada, deseando que nadie se diera cuenta de lo que había ocurrido, empecé a deslizar el pie por el suelo, dirigiendo aquellos pedazos hacia las paredes del bar. Un rato después, alguien propuso ir a una discoteca de moda; cogí mi bolso y nos marchamos. En la puerta me volví para ver cómo un camarero aplastaba uno de los pedazos mientras arrastraba un barril de cerveza. “Ahora se le llenarán las manos de sangre”, pensé mientras la puerta se cerraba a mi espalda.

II

Intenté incorporarme rápidamente y en mi cabeza comenzó a sonar una orquesta desafinada donde los principales instrumentos eran el bombo y los platillos. Tenía el pelo aplastado y notaba algo mojado bajo mi cara. Despacio, con cuidado, me senté en la cama y pude comprobar que era mi propio vómito. “Si fuera una perra, lo lamería”, me dije mientras aguantaba una arcada, mi estómago también se quejaba amargamente de la noche anterior. Logré ponerme en pie y caminé hasta el cuarto de baño. Frente al espejo cerré los ojos, todavía no estaba preparada para mirarme. Me lavé la cara con agua fría y levanté la vista. Ahí estaba yo: el pelo pegado al cráneo por el vómito, los ojos rojos, ojeras marcadas y un sabor asqueroso en la boca. “Voy a ducharme, a lavarme los dientes, a cambiar la cama y a acostarme de nuevo” susurré a la imagen que el espejo me devolvía, “mañana estaré mejor”.

Cuando quise quitarme la camiseta manchada para meterme en la ducha, algo me lo impidió. Era como si yo tratara de tirar hacia arriba de la camiseta, y algo o alguien tirara hacia abajo, evitando que me la quitara. Sentí tanto miedo que me faltó la respiración, pero miré para ver qué ocurría y eran mis propias manos las que tiraban hacia abajo de la camiseta, las que no me obedecían. Enganchadas como garfios en la tela, comprobé que no las controlaba, que funcionaban por su cuenta, alejadas por completo de las órdenes de mi cabeza. “¿Por qué, qué pasa?” me pregunté asustada. Y entonces la imagen llegó hasta mí con tal velocidad que me tambaleé como si hubiera recibido una descarga eléctrica. “¡Mi corazón! ¡No está! ¡Mis manos me protegen para que no vea el agujero en mi pecho!” De la misma forma que si hubiera pronunciado un hechizo, mis dedos se aflojaron inmediatamente, de haber tenido en su sitio el corazón, éste galoparía alocadamente bajo mi pecho, pero no era el caso, seguramente ya estaría en la basura junto con los papeles y colillas del bar. “Mira, al menos ya sabes que no te vas a morir de un infarto, nena”, bromeé, todavía muy asustada. Metí las manos bajo el agua de nuevo, dejando que corriera sobre mis muñecas, y me relajé. “Vamos, tú siempre has sido una mujer valiente, nena, tienes que hacerlo, tienes que verlo. No puede ser peor que encontrarte el corazón tirado en el suelo del bar”. Respiré profundamente varias veces, fijé la mirada en la cara del espejo que en ese momento me parecía tan ajena, y con un gesto rápido me quité la camiseta. No había agujero, ni grande ni pequeño. No había sangre, ni cicatriz, ni marcas. Nada. “Tal vez lo has soñado” me dijo una vocecita en mi cabeza. “Sabes que no, que es cierto, NO TIENES CORAZÓN”, me dijo otra. “No quiero volverme loca” pronuncié en voz alta, y las otras voces se callaron al momento.

Entré en la ducha y dejé que el agua limpiara mi cuerpo durante un buen rato. Con los restos de vómito se fueron también gran parte de las inquietudes, y conseguí tranquilizarme un poco más. La noche anterior había sido apoteósica: mucha bebida, algunas drogas, demasiado tabaco y al final, como colofón a la fiesta, un tipo para no dormir sola. Ni siquiera recordaba su cara, aunque eso era algo que no me importaba lo más mínimo. Lo único que le agradecía era que no estuviera allí esa mañana.


Continuará.

8 comentarios:

elcamaleón dijo...

Uff,Seve,muy desgarrador este cuento de "corazón".Creo que todos en algún momento de nuestras vidas, hemos sentido nuestro corazón pisoteado una y otra vez,tanto por un amor que termina,una amistad que te llevas una decepción,una mala o muy mala noticia...y para aliviar el dolor producido,lo compensamos con lo que no deberíamos...El tiempo pasa,y,crees que todo fué un sueño...un largo sueño.

alma dijo...

... Que putazo Seve, continuará cuando?...anda, que me estoy mordiendo las uñas, con lo bonitas que las tenía:-))...No nos tengas mucho esperando, ten corazón;-)

Irati dijo...

Jo seve, te lo pido con todo "mi corazón", continua cuanto antes, vale?. Me encanta. ^_*

Cama, cuanta razón tienes. :)

Lorielana dijo...

Es impresionante, desolador, me rompe el alma.
Seve no sólo escribes bien, expresas un dolor que todos hemos sentido alguna vez. La soledad, el miedo a esa misma soledad...tantas cosas...
Eres grande, no,. grande no, magnífica y un orgullo para todos.

DarkStar dijo...

Seve, qué manera tan inmejorable de definir un sentimiento tan común en todos, en algún momento de nuestras vidas.

Espero que tu verdadero corazón siga en su sitio y no sea tan travieso como para hacernos esperar mucho ;)

SubHatun dijo...

Yo no recuerdo la última vez que vi mi corazón, debió hace ya muchos años, cuando a uno aún le sorprenden las personas, cuando había más noches que dias y en mi cama aparecia una chica cada mañana... amé a todas ellas, aunque no fuera mas que unas horas, y si bien no recuerdo el nombre de muchas de ellas, si soy capaz de reconocer sus rostros cuando camino por mi ciudad y la veo paseando con sus novios, maridos, amigas, hijos....

Con el espejo me llevo francamente peor, cuando me afeito veo un rostro que apenas reconozco, como si fuera una caricatura de otro rostro al que estoy más o menos habituado, esas arrugas, esos fiordos de calvicie, esas miradas apagadas y vencidas no son mias, no pueden ser mias.

El espejo es un traidor y un ladino, ese que me mira no soy yo, es algo así como un epílogo de mi mismo.

Si un día teneis un hijo, lo lo pongais frente al espejo, que no se gaste.

Pero sabeis, cuando esa imagen me mira socarrón y desafiante desde el otro lado del espejo, me paro, y le grito y le insulto, hasta que se queda callado y quieto. Entonces sé que le he vencido

alma dijo...

Sub...tú espejo somos nosotras y te encontramos cáñón, canelita fina, vaya, asique déjalo ya...chulazo,que nos tienes bailando en un plato;-)

Seve...por amor de Dios, qué pasó con el corazón?

Kipling dijo...

Seve, no te hagas rogar más... ¡¿Qué pasó?! Dínoslo. Te ponemos un piso y todo, pero habla yaaaa.





P.S.: Precioso relato de momento, aunque el final se haga esperar.