jueves, 13 de noviembre de 2008

Un cuento de corazón (2ª y última parte)

III
Pasaron los días y fui recuperando mi vida normal: buscar trabajo, sellar el paro, salir de copas, ver la tele, leer un poco. Casi había olvidado el tema del corazón, salvo por pequeños detalles que me alarmaban cuando se producían, pero que borraba de mi memoria rápidamente. Una tarde descubrí que llevaba más de media hora mirando la ventana de la lavadora, la veía girar y girar con la ropa dentro, y sentía lo mismo que si estuviera viendo la televisión, es decir, nada. Ya no iba al cine, no me emocionaba, y evitaba el contacto con otras personas. No me interesaba nada lo que tuvieran que contarme.
Un día, hacía ya más de quince del episodio del corazón, llamaron al timbre con insistencia. Abrí la puerta sin preocuparme de mi aspecto, y me encontré a un chico joven de sonrisa torcida vestido con el uniforme de una empresa de transporte.
- ¿Sí? –pregunté.
- ¿Es usted María… Soriano? – me devolvió la pregunta.
- Si, ¿qué quieres? –unos segundos de conversación ya me habían hastiado.
- Traigo este paquete para usted.
- ¿Paquete? ¿Qué paquete? Yo no he encargado nada –le respondí.
- Bueno… Yo no se, tiene que firmarme aquí y aquí –me dijo señalando un formulario.
- ¿Hay que pagar algo? –pregunté suspicaz.
- No, no, ya está, sólo tiene que firmarme, señora –contestó.
Sonreí ante lo de señora. Yo podría ser todo menos una señora, así me lo decía el espejo todos los días, era evidente.
Firmé donde el chico me indicaba y me entregó el paquete. Se marchó. Sopesé la pequeña caja que me había dado: estaba muy bien envuelta y pesaba poco. Leí el nombre del remitente y no lo reconocí, además, los apellidos estaban borrosos, sólo identifiqué el nombre de Jaime. No conocía a ningún Jaime, me dije. Pasados unos minutos al fin me di cuenta de que seguía en la puerta de casa, entré y cerré suavemente. Dejé el paquete sobre la mesa de la cocina. Me intrigaba, pero no me decidía a abrirlo, como si no quisiera saber qué guardaba. Me preparé un café y encendí un pitillo; me senté ante la mesa y cogí unas tijeras de cocina para cortar el precinto. Finalmente la abrí. Y allí estaba, hecho trozos, todavía con algún resto de basura pegado, mi corazón.
Noté que una arcada subía desde mi estómago hasta la boca, el café y el cigarrillo quedaron olvidados en la mesa de la cocina, me precipité al baño y vomité todo lo que había comido. “Esto si es un gran recibimiento”, pensé, “me despedí de él con vómitos y vuelve a mi para que vomite de nuevo”. Me limpié como pude y volví a la cocina. Sentada frente al paquete, lo miraba y no sabía qué hacer. Se me ocurrió meterlo a la nevera. “Qué estupidez, lleva más de quince días por ahí y está hecho pedazos”, me dije. “¿Qué hago? ¿Me estoy volviendo loca? No, tengo un paquete, tengo un nombre, he firmado un recibo, alguien me lo ha mandado, esto es real… ¿Qué hago, por Dios?” Y la respuesta me la dio una de las voces que habitaban en mi cabeza: “Cómetelo”, me dijo. Y no lo pensé, cogí una sartén, añadí aceite y volqué el contenido del paquete. Quería que volviera a mí, daba igual la forma, lo necesitaba en mi cuerpo de nuevo. Y me lo comí. Con cada bocado lloré todo lo que no había llorado nunca, y cuando terminé me quedé satisfecha y totalmente relajada.

IV
Han pasado cinco años desde que me ocurrió aquello. Enderecé mi vida como pude y conseguí un trabajo que no estaba mal pagado, conocí a un hombre del que me enamoré y fui correspondida, y aunque a veces discutimos agriamente, ambos sabemos que nos queremos y seguimos juntos. No le he contado lo que me pasó, tal vez no me creería.
Por cierto. Se llama Jaime.
FIN

9 comentarios:

elcamaleón dijo...

jeje...pues yo no voy a empezar el comentario,pero ma encantao seve.

Kipling dijo...

Prosa breve, concisa, precisa... sabes lo que quieres contar, mantienes el interés y el formato del texto se adapta a las mil maravillas a la historia. Hay un lirismo sarcástico bien bueno...

¿Una definición? ¿Realismo mágico-sucio? Vamos a quitarle etiquetas. Es bueno.

¿Un deseo? De mayor quiero escribir como tú, Severinne.

Irati dijo...

Qué bien, un final feliz... pensé que ya no le devolverían el corazon que le robaron y machacaron a la protagonista, como tristemente suele ocurrir hoy en dia (a veces), bonito cuento severinne, ojalá todos los cuentos acabarían así. :)

alma dijo...

Ay Seve...como hemos podido estar sin tí tanto tiempo?.Gracias Reina Mora...

DarkStar dijo...

Es un final adecuado ^^, no me gustan los irreales "vivieron felices y comieron perdices".

Muy, ¿bonito?. Sí, la realidad es así, no todo es genial, pero el conjunto es hermoso.

SubHatun dijo...

Llevate al corazon de verbena (como diria Fito) y vuelve a funcionar

severinne dijo...

Muchas gracias a tod@s! :D
Que sepáis que en un principio iba a ser un cuento de miedo con un final terrible, pero vuestros comentarios lo cambiaron. Dejo pendiente escribir uno de miedo de verdad.
Me alegra mucho que os haya gustado.

severinne dijo...

Por cierto, que se me ha olvidado:
NO ES AUTOBIOGRÁFICO. Sorry!! :P

risk dijo...

¡¡¡SEVEEEE!!! ¡¡¡QUIERO LA HISTORIA DE JAIME!!! ¡¡¡NO NOS DEJES ASÍ!!!