martes, 21 de julio de 2009

EL MAESTRO IMPARTIÓ DOCTRINA



Un concierto no es igual a otro concierto. Del albino bluesero y de los jefes de la tribu ya hablamos en su día. Lo de AC/DC fue una descarga eléctrica de 240 voltios. The Who, 240 ml de adrenalina en vena. Los Stones, 240 centímetros de llamas del infierno. The Police, 240 centímetros de salto. Knopfler, 240 toneladas de clase (si es que la clase se puede medir). El Boss, 240 momentos inolvidables. Jethro Tull, 240 mariposas en el estómago… Así podríamos seguir, pero no es plan de aburrir al personal antes de tiempo.

El caso es que ver a John Mayall & The Bluesbreakers era algo muy especial para mí. Como los anteriores, diréis, que para algo son estrellas. Sí… y no. Tal vez no sea el más dotado, el que tenga una mayor colección de éxitos o una discografía más variada. Pero todo eso me da exactamente lo mismo. John Mayall es GRANDE porque el tío es auténtico. Hace lo que quiere. Desde siempre. Disfruta de su pasión por una música que a falta de hallarse en sus genes, mamó desde bien temprano. Porque, o mucho me equivoco, o antes de agarrar el primer libro se cayó con todo el equipo, como si de Obélix se tratara, en ese caldero de “tristeza azul”, esa que llamamos “el blues”. La marmita no contenía en este caso poción mágica, sino que consistía en un tocadiscos y una colección de discos que abarcaba desde Robert Johnson, el padre putativo de todos ellos, hasta los tres reyes (B.B. King, Albert King y Freddy King), pasando por
Big Bill Broonzy, Otis Rush, Willie Dixon, T-Bone Walker, Sonny Boy Williamson, Elmore James y Muddy Waters, entre otras cientas gargantas negras curtidas por el bourbon y el tabaco de mascar. Una pena que dicha colección se viera menguada por el fuego que devastó hace no tanto su mansión de California.

Criado en Cheshire, Mayall amó esta música en los años en que los británicos se dividían entre seguidores del swing interpretado por las big bands, la música tradicional y la sinfónica pongamos por caso del gran Vaughan Williams. Escuchar en la Gran Bretaña tardoimperial música de negros, comprenderéis que no era lo mejor visto. Pero a Mayall y a un grupo de entusiastas eso les daba igual. El propio Mayall, Alexis Korner y Graham Bond después de la WWII alimentaron espiritualmente a una extensa camada de cachorros hambrientos de blues. Porque para los jóvenes que vivían en aquel imperio ya sin lustre y en franca decadencia, con los efectos de la guerra visibles aún en las calles y con el descreimiento marcado a fuego en las miradas de los viejos que habían visto el cadavérico rostro de la guerra y de los fanatismos patrioteros, el blues no era medicina, pero sí al menos un buen purgante para sacarse los demonios de encima. Por lo menos mientras lo tocaban.

En este ambiente, Mayall sabía exactamente lo que quería. Vivir de la música que le gustaba. Ni más ni menos. Nota a pie de página: ¿quién tiene arrestos para atreverse a decir eso a día de hoy? El caso es que el tipo tenía un gusto exquisito, equilibrado, aunque en caso de verse obligado a elegir, decantando el peso de la balanza claramente hacia el lado del blues de Chicago. Eléctrico y más agresivo que el del delta del Mississippi. En esa dinámica lanzó su proyecto musical, los Bluesbreakers, partiendo de lo más bajo: garitos, pubs, aulas de la universidad… cosechando con el boca a boca sus primeros éxitos. A partir de ahí, el primer álbum. Y con el segundo, Eric Clapton a la guitarra. Clapton, que se había largado de los Yardbirds porque aquellos estaban arrimando la nave demasiado a las costas del pop y alejándose del “azul” océano, buscaba un purista. Y a fe que en Mayall encontró a uno de los suyos. Mayall le enseñó a Clapton una gran parte de lo que hizo que se le empezara a venerar. Lo otro lo puso el chiquillo de su cosecha: talento a espuertas, una mano en absoluto lenta y una Gibson Les Paul conectada a un amplificador Marshall, sintonizado a todo trapo. A Clapton se lo llevó de los Bluesbreakers la fama. La misma que alcanzaron tras él Peter Green y Mick Taylor. Y John McVie. Etc, etc, etc. Pero a aquellos pupilos que se pasaban de la raya, como fue el caso de Mick Fleetwood, Mayall los echó por borrachos, drogadictos y poco profesionales. El tito John no se anda con tonterías. Para flipar ya está la música y no hacen falta aditivos.

Y eso precisamente, flipar, es lo que hice el sábado en presencia de este gurú del blues. 75 años le contemplan; ahí es nada. Ya me gustaría a mí tener un abuelo así. En el festival de blues de Hondarribia que acogió su actuación el pasado sábado, la gente lo recibió con aplausos y a grito pelado, a sabiendas de su peso en la escena musical, aunque escasísimamente reconocida con respecto a sus méritos hasta no hace mucho y aún no en la medida que le corresponde. Mayall, a sabiendas de que la gente quería una buena ración de blues, tomó su txapela que lo acredita como merecedor del premio de este año, dijo tres palabras y se lanzó a lo suyo. A tocar.




Multiinstrumentista, Mayall dio un recital de armónica y teclados. Empezando con Another man, del album con Clapton. Y lo cierto es que el tipo conserva la voz rasgada que este estilo demanda. Le siguieron sendos temas de Sonny Boy Williamson gracias a los cuales el viejo zorro se metió al público de golpe y porrazo en el bolsillo. Los poderes del teclista Tom Canning y del contundente Jay Davenport a las baquetas habían hecho lo suyo. Pero quiénes me intrigaban mucho eran sus nuevos compinches: guitarrista y bajista. Porque el hecho de que te pegue un telefonazo el viejo Mayall es sinónimo de tener talento. La interpretación de Hideaway, la tremenda canción de Freddy King que encumbrara a Clapton, así me lo corroboró. Rocky Athas, un clon de Gérard Depardieu, mostró su dominio de todos los palos del blues a través de sus doce compases e hizo las delicias del personal allí presente, que luego volvió a prodigar en su versión de Have you heard, con su Stratocaster blanca llorando arpegios uno tras otro junto al puerto de Hondarribia. Mayall también se colgó la guitarra al hombro para acompañarlo en una aventura pseudo-country de corto recorrido y así relajar un poco el ambiente antes de lanzarse a una improvisada cabalgada de scatting en su composición Chicago Line, para la que contó con la cobertura de las gargantas y palmas de los asistentes que abarrotábamos la Venta.



La mítica Room to move, que no podía faltar, cerró el concierto, con el maestro deleitándose en caldear más aún, si cabe, el ambiente. Y si él lo incendió, los solos de sus pupilos hicieron derretirse literalmente el escenario. El bajista Greg Rzab (sí, está bien escrito), demostró tener impresa su foto en el diccionario junto a la definición de “virtuoso”, además de ser un cachondo y un grandísimo hijo de puta. Porque si lo del guitarrista y el teclista había sido para alucinar, lo suyo al bajo no tenía nombre. La palabra "genial" se queda corto. Para el único “bis” de la velada, Mayall echó mano del “Beano” una vez más, con All your love de Otis Rush. Broche de oro, que se dice en estos casos y que se cumplió para el que aquí nos ocupa.

80 minutos de recital que se nos hicieron muy cortitos, pero que para corresponder a un concierto gratuito y con el mejor sonido que he escuchado en mucho tiempo, no estoy muy seguro de estar en condiciones de pedir más aún. Si acaso me siento en la obligación de dar algo a cambio. De dar las gracias a los hados que me han permitido disfrutar de este raudal de emociones que aún hierven en mis venas al escribir estas líneas.

8 comentarios:

SubHatun dijo...

Ayyssss! como soys los Europeos que os gustan los europeos... imagino que las raices europeas y blancas lo condicionan.. Mayall es un grande, y seguro que hizo un pacto con el diablo, como cualquier gran blusero... y su blues suena original, por sus fusiones e influencias... pero para mi (que en estas cosas soy muy purista) le faltan las raices negras.. solo le falta haber nacido en algun barrio negro de Louisiana, Georgia, Mississippi... au asi te envio... me hubiera gustado ir, pero hoy ire a ver a Jerry Lee Lewis

Kipling dijo...

Jode, ¡qué cabrón! ¡El "Asesino" de Louisiana! Yo también te envidio, Subcomandante.

P.S.: Mayall es MUY grande, pero no EL MÁS grande. Además, he citado un porrón de las fuentes de las que bebe, todas ellas más negras que el sobaco de un grillo, evidentemente.
;P

Kelna dijo...

buff, qué decir!!
Que me has dejado con las ganas de escuchar mucho más de este "grande", y que no sé aún como lo haré, porque mi disco duro pide a gritos una ampliación... alguien se ofrece para la colecta?? =P

SubHatun dijo...

Yo hago la colecta por un modico 60% - 40%

Si hay trato me avisas y empiezo a racaudar

Kelna dijo...

60-40 =20, bueno, si sólo te quedas con un 20%...

SubHatun dijo...

jejej veo que te gusta regatear.. venga, 50 % para cada uno :P

alma dijo...

Menos mal que has aclarado que no es Depardieu...está claro que son familia;-)

Y ya le he dicho a Blogue que las entradas sobre música las dejé para el final porque sabía que me iba a poner verde y tengo un ligeramente tostado que me viene muy bien, justo el tono que más me favorece y no quería que se me quitara(no me gusta ponerme muy morena, lo veo vulgar :) :) :) pero la verdad es que el sol me tiene manía y donde me encuentra me atrapa). Y si toy muy envidiosa, pero mucho mucho...pero mantengo el color original porque también estoy muy divertida con esta especie de competición entre ambos a ver quien mea más lejos... voy a ver a jerri lee lewis, ah pues yo a mayall, ah pues yo al boss, a pues yo a la bola infinita...es que me parto.

Me encantais


Kelnita, para atrás ni un paso. No le des más de un 20 y de ahí descuenta el porcentaje que calcules que vale el tiempo que has perdido regateando. Este consejo es lo más preciado que puedo ofrecer yo a tu colecta, las raíces judías me impiden colaborar de otra manera.

;-)

Kipling dijo...

A ver si saco tiempo para dedicarle unas líneas al conciertito de James Taylor...

;P