domingo, 26 de abril de 2009

LOS SEÑORES DE LA TIERRA



Preciosa fotografía de Edward Curtis, un excelente fotógrafo y un gran enciclopedista de las diferentes razas de indios norteamericanos. En este caso el retratado es un Pie Negro abrevando su montura en el Bow River. Idílico. La toma está fechada en 1910. Sin embargo la imagen, con toda su bucólica belleza, está cargada de una tristeza infinita. Por aquella época la población de nativos americanos, los indios de toda la vida, los feroces Pieles Rojas que provocaban el terror en la mente de los presbiterianos, baptistas, calvinistas y demás inmigrantes, había sido diezmada hasta su práctica desaparición.

La colonización del Nuevo Continente por parte de los europeos arribados en busca de paz y libertad, con la firme voluntad de que cada hombre dispuesto a labrarse un futuro pudiera hacerlo sin perjuicio de proceder de un hogar humilde o de profesar una fe minoritaria, debió de producir cuando menos expectación entre los pobladores originales de aquellas tierras. Probablemente se sintieran amenazados. Probablemente se tomaran el derecho de asaetear a cuantos rostros pálidos encontraran a su paso y de cortarles los skalps. Probablemente lo harían en defensa de la tierra de sus ancestros.

Es probable también que aquellos colonos huídos por lo general de sus tierras de origen y asediados ahora por aquellos indios, vieran salvajes donde había hombres. Es probable que sintieran temor ante aquel pueblo desconocido e impúdico. Es probable que también ellos manifestaran su legítimo derecho a defender sus vidas y las de sus familias por la fuerza de las armas.

Con el paso de los años las colonias del hombre blanco fueron creciendo. Españoles, en la Florida, holandeses en tierras de Nueva Amsterdam, franceses en la región de los Lagos, ingleses en Virginia, las tierras de la Reina Virgen. Y sin embargo la convivencia entre aquellos y los indios no siempre estuvo marcada por la enemistad. Los pactos y los intereses comunes desde siempre han unido mucho.

1756. Años antes de que el viejo rey Jorge, aquel inglés descendiente de alemanes, perdiera la cabeza, hubo una guerra. Si bien no se la llamó Guerra Mundial y se hubo de contentar con el exiguo título de Guerra de los Siete Años, fue un conflicto que se extendió a lo largo y ancho de tres continentes ni más ni menos, e involucró entre otros a los reinos de Prusia, Reino Unido, Portugal, Austria, Francia, España y Rusia. Por supuesto también se libraron batallas y escaramuzas en las colonias de ultramar. En Norteamérica, los colonos ingleses alcanzaron alianzas con distintas tribus amerindias, siguiendo la vieja estela de compromisos puntuales a los que habían llegado en terrenos del comercio. Los franceses hicieron lo propio con las tribus enemistadas con aquellas otras. Así, ingleses por su lado y franceses por el suyo, lucharon codo con codo con indígenas. Y aquellos estaban dando la vida sin saberlo porque el trono de Silesia lo ocupara Federico el Grande o la Emperatriz María Teresa. La guerra finalizó, claro, y hubo miles de bajas entre los indios. Incidentalmente, el trono de Silesia fue para el Viejo Fritz.

1773. Las Trece Colonias, aquella franja de tierra que recorría la costa atlántica de América del Norte, habían prosperado hasta el punto de plantearse la ruptura con la Corona inglesa. Los súbditos de ultramar, entre otras muchas cosas, no estaban dispuestos a pagar los abusivos aranceles del té que importaba la Metrópoli. Como era de esperar, tras la revuelta de Boston estalló la guerra. Una vez más, unos y otros buscaron apoyos, también entre las tribus indias, y se masacraron hasta que apenas una década después en Yorktown, el viejo Washington sonriera por una vez, pese a su crónico dolor de muelas, tras doblegar a la antigua patria por la que él mismo luchara hacía no tantos años. Nacía una República. La primera desde los tiempos de Roma.

A partir de entonces, el enemigo ya no era otro que el Salvaje. El salvaje se oponía al avance de la civilización. El salvaje impedía el avance del caballo de hierro. El salvaje amenazaba con matar a los colonos. El salvaje sembraba el terror entre sus mujeres... Lo cierto es que en el S. XIX los colonos ya estaban muy asentados. Pero, como suele suceder en estos casos, los intereses, los miedos, las inseguridades y las mentiras difundidas forjaron a hierro y sangre la imagen del Piel Roja en el imaginario colectivo de aquellos primeros estadounidenses.

Que las llamadas Guerras Indias se prolongaran durante la friolera de 115 años da una idea de las masacres que tuvieron lugar. Hoy en día esta etnia supone menos del 1% de la población total de los EE.UU.

Eran salvajes y no entendían. Eso debían pensar los tipos que ocuparon los grandes despachos en Filadelfia primero y en Washington después. ¿Les habrían oído hablar alguna vez? Alguna vez lo habrían hecho, sí. Hay un libro titulado "Great speeches by native americans", de la editorial Dover Thrift. Lo compré el año pasado por 2,50 $. Los dos euros mejor invertidos de mi vida. Es una compilación de discursos hechos por grandes líderes indios como Tecumseh, Sitting Bull, Gerónimo o Crazy Horse. Todos ellos dotados de una capacidad retórica apabullante. ¿Qué pensaría el Gran Jefe de Washington de turno cuando los viera, con las plumas de águila, vistiendo sus ropajes de piel de búfalo, portando el tommahawk o el calumet, según lo precisara la ocasión? ¿Qué pensamientos surcarían su mente cuando escuchara o cuando leyera las cartas traducidas al inglés que le eran enviadas en sus nombres?

No sé muy bien lo que pensarían. Pero como muestra, me gustaría ofreceros un discurso realizado por el jefe Noah Sealth en 1854. En mi opinión se trata de una muestra de armonía, sentido común y decencia que un dirigente debería tener presente en todo momento.

 
 * Dedicado a J.A. Cebrián (*1965, + 2007)

8 comentarios:

SubHatun dijo...

El gran jefe de Washington manda palabras, quiere comprar nuestra tierra. El gran jefe también manda palabras de amistad y bienaventuranza. Esto es amable de parte suya, puesto que nosotros sabemos que él tiene muy poca necesidad de nuestra amistad. Pero tendremos en cuenta su oferta, porque estamos seguros de que si no obramos así, el hombre blanco vendrá con sus pistolas y tomará nuestra tierra. El gran jefe de Washington puede contar con la palabra del gran jefe Seathl, como pueden nuestros hermanos blancos contar con el retorno de las estaciones. Mis palabras son como las estrellas: nada ocultan.

¿Cómo se puede comprar o vender el cielo y el calor de la Tierra? Esta idea es extraña para nosotros. Si hasta ahora no somos dueños de la frescura del aire o del resplandor del agua ¿cómo nos lo pueden ustedes comprar? Nosotros decidiremos en nuestro tiempo . Cada parte de esta tierra es sagrada para mi gente. Cada espina de pino brillante, cada orilla arenosa, cada rincón del oscuro bosque, cada claro y zumbador insecto es sagrado en la memoria y experiencia de mi gente. La savia que circula por las venas de los árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.

Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas; en cambio, nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, puesto que es la madre de los pieles rojas. Nunca podemos olvidarla porque ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila: estos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.

Por todo ello cuando el gran jefe blanco de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el gran jefe nos dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. Él se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.

El agua cristalina que corre por ríos y arroyuelos no es solamente el agua, sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos nuestra tierra deben recordar que es sagrada, y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada, y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también lo son suyos y, por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga y, una vez conquistada, sigue su camino dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle.

Les secuestra la tierra a sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden, como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorará la tierra dejando atrás sólo un desierto.

No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada. No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los árboles en primavera o cómo aletean los insectos. Pero quizá también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo, ¿para qué sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde del estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por aromas de pinos.

El aire tiene un valor inestimable para un piel roja, ya que todos los seres compartimos un mismo aliento: la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira, como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si le vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire no es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si le vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada; como un lugar donde el hombre blanco puede saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.

Por ello consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré condiciones: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no entiendo cómo el caballo de hierro que fuma puede ser más importante que los búfalos que nosotros matamos sólo para sobrevivir.

¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual, porque lo que les sucede a los animales también le sucederá al hombre. Todo va unido. Todo lo que hiere a la Tierra también herirá a los hijos de la Tierra. Nuestros hijos han visto a sus padres humillados en la derrota. Nuestros guerreros han sentido la vergüenza. Y después de la derrota convierten sus días en tristezas y ensucian sus cuerpos con comidas y bebidas fuertes.

Importa muy poco el lugar donde pasemos el resto de nuestros días. No quedan muchos. Unas pocas horas más, unos pocos inviernos más y ninguno de los hijos de las grandes tribus que una vez existieron sobre estas tierras o que anduvieron en pequeñas bandas en los bosques quedarán para lamentarse ante las tumbas de una gente que una vez fue poderosa y tan llena de esperanza. Una cosa nosotros sabemos y que el hombre blanco puede algún día descubrir. Nuestro Dios es el mismo Dios. Usted puede pensar que ahora usted es dueño de él, así como usted desea hacerse dueño de nuestra tierra. Pero usted no puede. Él es el Dios del Hombre. Y su compasión es igual para el hombre blanco que para el hombre piel roja. Esta tierra es preciosa para Él, y hacerle daño a Tierra es amonontonar desprecio hacia su creador. Los blancos también pasarán-tal vez más rápidos que otras tribus-. Continúe ensuciando su cama y alguna noche terminará asfixiándose en su propio desperdicio. Cuando los búfalos sean todos sacrificados, los caballos salvajes todos amansados y los rincones secretos de los bosques se llenen con el aroma de muchos hombres y la vista de las montañas se colme de esposas habladoras, ¿dónde estará el matorral? Desaparecido ¿dónde estará el águila? Desaparecida. Es decir, adiós a lo que crece, adiós a lo veloz, adiós a la caza. Será el fin de la vida y el comienzo de la subsistencia. Nosotros tal vez entenderíamos si supiéramos qué es lo que el hombre blanco sueña; que esperanzas les describe a sus niños en las noches largas del invierno.; qué visiones queman su mente para que ellos puedan desear la mañana. Pero nosotros somos salvajes. Los sueños del hombre blanco están ocultos para nosotros, y porque están escondidos, nosotros iremos por nuestro propio camino. Si nosotros aceptamos, será para asegurar la reserva que nos han prometido. Allí tal vez podremos vivir los pocos días que nos quedan, como es nuestro deseo.

Cuando el último piel roja de la tierra y su memoria sea solamente la sombra de una nube cruzando la pradera, estas costas y estas praderas aún contendrán los espíritus de mi gentes, porque ellos aman esta tierra como el recién nacido ama el latido del corazón de su madre. Si nosotros vendemos a ustedes nuestra tierra, ámenla como nosotros la hemos amado. Cuídenla como nosotros la hemos cuidado. Retengan en sus mentes la memoria de la tierra tal y como estaba cuando se la entregamos. Y con todas sus fuerzas, con todas sus ganas, consérvenla para sus hijos y ámenla, así como Dios nos ama a todos. Una cosa nosotros sabemos: nuestro Dios es el mismo Dios de ustedes, esta tierra es preciosa para Él. Y el hombre blanco no puede quedar excluido de un destino común.

risk dijo...

Desde que apareció esta entrada, teniente, sentí la responsabilidad de devanarme los sesos y excavar en lo profundo de mi corazón tratando de decir algo que no sólo fueran palabras, que fuera un ejemplo real. Pero no puedo. Mi propia vida y la de todos los que conozco está en mayor o menor medida sumergida en esta sed infinita a la que llamamos civilización. Y lo más sincero que puedo decir, teniente, es que es un asunto complicado. Quizá sea el asunto más complicado que nos toque como especie a los humanos de este tiempo.

Lo cierto es que no hay punto débil en el alegato de Noah Seth, y creo que nosotros lo sabemos mejor que ninguno de nuestros antecesores, pero: ¿cuán dispuestos estamos a volver atrás?

risk dijo...

Ya el hecho de decir "volver atrás" delata mi apego.

SubHatun dijo...

Querido Carlos

En una lucha perdida la de volver, o quiza mejor, ir a un modo de vida respetuoso con el medio ambiente, un modo de vida "sostenible" (esta palabra que tanto se oye hoy en día y tan poco se practica)

Son tantos siglos de uso y abuso de tierra y recursos, de usar la naturaleza como vertedero, y de disfrutar de ese despilfarro.... a pesar de ello se sigue patrocinando y fomentando actividades que son el parasigama de ese abuso, formula 1 y otros "deportes" de motor

quien quiere dejar de poder viajar de un lado a otro del mundo en unas pocas horas?

quien quiere dejar de encender el aire acondicionado en el caluroso verano?

quien apaga su television, ordenador, microondas, lavadora,etc etc?

Si incluso se dejan de contruir casas con la estructura típicas de cada zona, o de otros modos que las hagan mas eficientes termicamente....

Son tantas y tantas las cosas, tantos y tantos los abusos que cometemos todos cada dia que no habria servidor que soportara tanta informacion...

Palabras como las de este digno jefe Indio revuelven nuestras conciencias, ya la calleremos con una cerveza fria de nevera....

sabes? la solucion estará en que un dia tendremos que vivir como el jefe indio por cojones, cuando ya no haya recursos que explotar

alma dijo...

A mí me pasó lo mismo que a Carlitos, Kip y no he podido contestar antes porque quería pensar.
Debería resultarme más fácil, nací en un lugar donde el cambio de estación marcaba el curso de la vida en un ciclo eterno hasta hace poco más de una generación. Mis abuelos y los abuelos de ellos inventaron eso del desarrollo sostenible. Ahora otros han tomado su lugar y han venido a decirle a sus herederos que pautas hay que seguir para preservar lo que ellos han conservado durante generaciones. Me gustaría decir que el resultado no puede ser más lamentable, pero ya no soy tan inocente. Claro que puede ser aún más lamentable, y lo será.
Sin embargo, aunque estoy segura de que el Sub tiene razón y mas temprano que tarde tendremos que vivir como el caudillo indio irremediablemente, se también que no prescindiría de todas las cosas que nos conducen a eso, y saberlo no me sirve de nada.

Lorielana dijo...

Lo mismo que le ocurre a Carlitos, de igual manera que a Alma, a mi me ha costado decidirme a contestar. O a comentar. No es fácil ¿verdad?. Yo no tengo las ideas tan claras. Se que estamos malgastando los recursos. Se que el reparto de estos es injusto, y se también que la naturaleza un día dirá ¡basta!. Lo que no se es si cuando lo haga habrá sitio para nosotros.
Y sin embargo, voy a hacer de abogado del diablo,os pregunto ¿renunciaríais a todo lo que teneis?. No me refiero a comodidades como un coche, que no tengo, a una segunda vivienda, que tampoco poseo o a restaurantes caros, que no frecuento...no, no me refiero a eso...me refiero a la modo de vida que llevamos. ¿Podríamos llevar un modo de vida más pausado?, no correr para llegar a ninguna parte, no acumular para un futuro que se te puede escapar en un parpadeo, no competir, no mirar hacia fuera en vez de hacia el interior.
Yo no soy optimista, no creo que vayamos a cambiar.
A mi me apasiona viajar y se por ello que el camino debiera emprenderse andando, hacer las jornadas que nuestros pies soporten y sentarte a mirar sin prisas. Y, como decía Machado, parando en las tabernas del camino, y si hay agua, se bebe agua y si hay vino se bebe vino. Y charlar con las gentes del lugar...Se todo eso, pero no lo hago.
Quizas sea hora de plantearlo. Mientras tanto estoy enganchada a la red, escribiendo esto en un ordenador que gasta energía, tomando un cafe que he sacado de una máquina que funciona con electricidad, y estoy deseando darme una ducha que se que va a durar más de los cinco minutos que los ecologistas dicen que es el límite del despilfarro.
Quisiera ser mas consuecuente, pero no lo soy.
¿Me sigues admitiendo en tu rancho Blogui?

Julien Sorel dijo...

Es complicado tomar partido entre la civilización y la tradición. Sobre todo porque, yo creo, nos lo han vendido muy mal.

La civilización ha traído cosas muy buenas, por supuesto. Ninguno de nosostros renunciaríamos ahora a los avances médicos, tecnológicos, etc. El problema es que esa modernidad ha venido manchada de muchas cosas negativas: las guerras fundamentalmente.

La guerra siempre ha existido, por supuesto. Pero la civilización es la que la ha hecho más macabra (si es posible hacer una gradación en algo tan horrible).

Da la sensación de que todo se cimenta en un pasado algo vergonzoso. EEUU es un gran país, nadie lo duda (un gran país dirigido muchas veces por políticos incompetentes). Pero el colonialismo que llevaron a cabo fue ciertamente salvaje. El exterminio de los indios (no tiene otro nombre... ellos estaban allí y estos llegaron) no creo que sea algo de lo que históricamente se puedan sentir orgullosos.

Como tampoco podemos hacerlo los españoles de la colonización del nuevo mundo.

En esto de la civilización, siempre hubo alguien que era más fuerte y que llegaba a un territorio y se lo quedaba, pasando a cuchillo a los "salvajes" que allí vivían.

Afortunadamente, ahora no creo que se pudieran producir casos así. El colonialismo es una de los aspectos más vergonzosos de la Historia.

Lo que está claro es que ves esa foto majestuosa de ese gran jefe indio y escuchas esas maravillosas palabras del video y piensas: "Jo... ¿no hubiera sido mejor que ganasen ellos?".

Un abrazo a todos y perdonad por la extensión.

Me encanta Hatunia.

lilianne dijo...

Creo que en toda mi vida solo he conocido a una persona que amaba de verdad la naturaleza y era consecuente con ello, lo triste es que todo el mundo pensaba que estaba loco.