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sábado, 26 de septiembre de 2009

EL PALMARÉS: Último acto de la comedia


Decía hace apenas un par de semanas Mikel Olaciregui, director del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, de categoría A según la FIAPF, que la organización busca películas a lo largo de todo el año y que luego, en el sprint final, se tragan la friolera de 400 en un periodo de cuatro meses para hacer la selección final de aquello que se puede ver finalmente en el marco del festival.

Cuatrocientas películas en cuatro meses son muchas películas. Vienen a ser unas tres películas al día. Y eso lava el cerebro de cualquiera. Es algo que todos los que hemos visto La naranja mecánica sabemos de sobra. Después de un tratamiento Ludovico, tal vez una persona sana termine por considerar como aceptable lo que antes no habría dudado en llamar bazofia inmunda. O por el contrario, cuando alguien desayuna, come y cena lubina todos los días durante cuatro meses, es capaz de matar por comerse un plato de lentejas que lleva dos semanas fuera de la nevera. Sólo así puede explicarse que, me da cosa llamarlas así, "películas", como HADEJWICH, LE REFUGÉ, LA MUJER SIN PIANO, MAKING PLANS FOR LENA, KESHTZAR HAYE SEPID o THIS IS LOVE opten siquiera a llevarse un premio. De todos modos, el público terminará poniéndolas en el lugar que les corresponde.

Respecto al jurado, ya dijimos que haría lo que le mandaran: fallar. Y así lo ha hecho. Premio al mejor director, a ese sádico que provoca en el espectador ganas de asesinar a la ya de por sí muy lapidable Carmen Machi de veinte maneras diferentes a lo largo de dos horas de metraje. Premio al mejor actor a Pablo Pineda, un señor con síndrome de Down y una licenciatura universitaria que, aunque sea simpático y más inteligente que muchos, no tiene la calidad actoral suficiente como para llevarse un premio por su interpretación. Además por una película con un guión tan tramposo y buenista. Y con el agravante de competir con Robert Duvall en un papelón, si bien en un film aburrido, y más aún con un Ricardo Darín en estado de gracia en una película de quitarse el sombrero. Pero así son los premios: se los dan a unos y se los niegan a otros. La ganadora de la Concha de Oro, la china CITY OF LIFE AND DEATH, un duro retrato de la represión japonesa en China antes de la Segunda Guerra Mundial, es otra agraviada más de este certamen: pese a merecer el premio (aunque para mi gusto varios puntos por debajo de la argentina), algunos discutirán su calidad por ganar un premio otorgado por el mismo jurado que ha cometido los esperpentos anteriores.

Retales
. ¿Quién va a hacerles el favor de una vez por todas a Jim Jarmusch y a Michael Winterbottom de decirles que aburren a las ovejas? Un consejo: que aprovechen a largárselo cuando lleven unas copichuelas encima en alguna de las fiestas supuestamente chic del festival.

. Ian McKellen, gran actor, peloteado sin piedad en rueda de prensa por sus interpretaciones teatrales. ¿A cuántas de esas impagables representaciones habrán asistido esos pelotas indocumentados?

. La Jungla del Canapé es peor que la de Cristal y la de Birmania juntas. No hay pudor.

. Pedro Olea, premio a toda una carrera por... Mmmmm... En cuanto se me ocurra lo escribiré.

. La polémica: Exposición dedicada a Un perro andaluz, de Buñuel y Dalí. Imágenes sublimes, de acuerdo. Pero en su conjunto, tan incomprensible hoy en día como hace 80 años. Normal que siga siendo vanguardia.

. Me comentan la gran gran gran recaudación en taquilla de la retrospectiva LA CONTRAOLA, dedicada al nuevo cine francés. Cuánto me alegro.

. ZINEMIRA, la sección inaugurada este año, con vocación de continuidad los años siguientes, dedicada al cine vasco, da muestra de la falta de pecunio que ha imperado este año en el Festival de Cine de San Sebastián. Y ojito al año que viene, que pintan bastos con eso del 18%...

domingo, 20 de septiembre de 2009

INTOXICACIÓN

I
Hay una palabra en inglés que se ajusta a Cuentín Tarantino como anillo al dedo: "overrated". "Sobrevalorado". Quince años viviendo del cuento y sigue ordeñando la vaca, el tío. Ahora nos trae un engendro tal que Inglourious Basterds, en el que tenemos a Brad Pitt con bigote y a Christoph Waltz, que les da a todos sopas con onda. Claro que su papel era el caramelito de esta película que se supone bélica o de acción, pero que ya desde antes de sentarnos en la butaca deberíamos saber que pertenece al "género tarantiniana". Para definir este término, hay que pasar por la minipiner de Cuentín el spaghetti western, la serie Z, un puñado de psicópatas con la diarrea verbal de una petarda televisiva cualquiera; los plagios, que en caso del supuesto énfant térrible son "homenajes" y "dominio" del metalenguaje cinematográfico; y veinte kilos de chicle Boom Boom Boomer para estirar una escena hasta provocar sueño en fase REM. Que la realidad histórica le interese cero a su director me trae sin cuidado. Los violentos de Kelly, como tantísimas otras, también aprovechaba solamente el marco concreto de la WWII para contar un simple cuento. Pero la del director de Jackie Brown no sólo es larguísima de reloj. Es que además se hace muy pesada. Pero como la gente aplaudió e incluso vitoreó, una vez más el equivocado debo ser yo.
P.S.: Reservoir dogs y Pulp Fiction sí son obras maestras. Se ve que se las hizo su primo.
II
Ricardo Darín. A más de una le latirá el corazón más deprisa en estos momentos. Y lo comprendo. Porque éste es un tipo simpático, con un punto canalla, inteligente, feo pero atractivo y... claro, el muy pelotudo es argentino.
Darín se ha presentado en San Sebastián con dos films de sección oficial. Tan desiguales, que sólo vamos a hablar del que compite a llevarse el galardón: EL SECRETO DE SUS OJOS. Un thriller. No, una de amor. ¿Tal vez una parábola política? Apenas tengo punta que sacar a esta película. Me gusta Darín, pero más aún me gusta Soledad Villamil, con una belleza madura, serena, fabulosa... y ese acento, ché. Grrrrrrroaaaaaaaaaaaaaaaaaaaarrrrr. La historia que nos ha preparado Juan José Campanella funciona como una bomba de relojería, cocinada con interpretaciones de primera (¡y ese Guillermo Francella!), una puesta en escena de categoría y unos cambios de ritmo que ríete de Leo Messi. Cine adulto y con cerebro. Lo añoraba. De momento, mi clara favorita. Luego ganará el truñaco iraní, por supuesto, porque no dudo de que Laurent Cantent hará su trabajo.
III
Tres. Tres películas teutonas me he tragado hoy, una detrás de otra. He terminado empachado, ciertamente. Porque ha habido tres temáticas recurrentes: 1º. La imposición de la propia voluntad sobre la de los demás. 2º. La soledad del individuo que vive en comunidad, testimonio de inquietudes afiladas como garras retráctiles, que de tanto en cuanto salen a la luz en estallidos de violencia. 3º. La férrea voluntad de seguir adelante: una búsqueda de la esencia del ave fénix.
De las tres películas, como digo, la más lograda en todos los sentidos es Das weiße Band, de Michael Haneke. Un ambicioso fresco del alma alemana, no sólo del período prebélico de 1913. Habla de educación y obediencia, libertad y represión, sinceridad y doble moral, belleza y fealdad, virtud y vicio. La turbadoramente bella fotografía es perfecta para retratar precisamente los perturbadores acontecimientos que suceden en una pequeña comunidad del norte de la Alemania guillermina de primeros del XX, en la que las fiestas de guardar dividen la vida en el campo, con toda la parafernalia que ello conlleva. Perfecta también para captar un cierto apego por la naturaleza, la vida de los pequeños terratenientes... El preciosismo en la verosimilitud: la antítesis de Tarantino. No obstante, esta pieza no está libre de influencias (se huelen el Novecento de Bertolucci, los Santos Inocentes incluso, el pueblo de los malditos y, más que a ninguno otro, a Dreyer). Ambos films, el de Tarantino y el de Haneke, duran la friolera de 150 minutos. La diferencia entre uno y otro radica en que mientras el del americano pretende ser provocador, el del teutón lo consigue. La de Tarantino la puede ver cualquiera, si no se duerme antes, por mucha sangre y balazos que haya, pero para ver esta última hay que tener mucho estómago.
Y como algunos ya sabéis, mi estómago es tirando a flojucho. Así que después de esto, durante veinte minutos incluso he agradecido la película francesa Making plans for Lena. La sonrisa y sobre todo las piernas de Chiara Mastroianni y un arranque imbuído de una suerte de ligereza francesa me han dibujado una sonrisa en el rostro. Después, cuando se han empezado a poner trascendentes, me he dormido. Entendedlo: ha sido un fin de semana muy duro.
P.S.: El sueñecito duró 15 minutos, a ojo. No me perdí gran cosa. El año pasado Christophe Honoré ya dio sobradas muestras de su talento... a la hora de tratar los trastornos del sueño, una vez más con el pesadito de pedigrí Louis Garrell.

viernes, 18 de septiembre de 2009

QVO VADIS, CINEMA?

La cosa está muy malita en el cine, no porque lo diga yo, sino porque la gente ya no va. Ese es el germen del mal. Y los datos van a peor año tras año. Pepe e Izaskun, John y Wiebke, Luigi y François... bueno, François siempre fue muy rarito... prefieren quedarse en casa viendo la tele. Esto es más viejo que el catarro. La primera guerra mundial "cine versus televisión" tuvo lugar ya desde el nacimiento de esta última. Y el cine las pasó canutas. Muchos se fueren al arroyo. Otros le buscaron la parte lucrativa y decidieron ofrecer cosas que la tele no podía. Glorious Technicolor! Cinemascope! VistaVision! Hasta el Odorama surgió, gracias a Dios sin éxito, aunque a veces pienso que vendría bien, dada la falta de hábitos de higiene de algunos. La industria cinematográfica capeó el temporal como pudo hasta que unos chiquitos llamados Coppola, Spielberg y sobre todo Lucas se inventaron el “blockbuster”: el taquillazo que forma colas de las que dan la vuelta al bloque. Ingredientes: Harrison Ford, efectos especiales y la Fuerza. Así fue tirando la cosa hasta que a alguien muy inteligente pero poco listo, se le ocurrió sacar eso que llamamos “El Cine en casa”. Las productoras ingresaron un dineral a costa de los que somos coleccionistas, pero los palomiteros empezaron su ruina. Y con internet y la descarga de películas, la cosa siguió su curso hasta plantarnos en el desolador panorama actual. Apenas hay cine que haga taquilla y, pese a todo, se producen cientos de truños al año. En algunos sitios arriesgando los propios cuartos, en otros los cuartos de todos. Lo cachondo es que si hubieren beneficios, tampoco los repartirán. Esos sí que son listos.

Y no es que yo no sea de los que nunca jamás han hecho uso de las mulas. Y tampoco digo que todo lo que se estrene sea bazofia (aunque la mayoría sí). Sólo constato que la gente ya no quiere ir al cine a tomarse las palomitas y ver una sesión doble, precedida por un corto de Bugs Bunny.

Salvo en los festivales. Claro que en los festivales, la gente va al cine sin palomitas y tampoco quiere dibujos animados. A menos que éstos sean búlgaros. En esos casos queda muy cool, muy fashion, muy modernito, muy gafa-pasta-lametón-de-vaca-en-el-pelo-ocasional-portador-de-borsalino... No sigo, porque me caliento. Pero es que sólo en estas fechas se producen fenómenos paranormales que no se explican de otra manera. ¿Por qué se agotan las entradas para pases de películas como Keshtzar haye sepid, hablada en perfecto iraní de Teherán y subtitulada en perfectísimo euskera batua? Porque señores, si luego durante el resto del año se repitiera el fenómeno, lo entendería. Pero lo que en realidad sucede, es que cuando se estrenan ese tipo de films, si es que finalmente encuentran distribución, es que no pasan de las cuatro personas de asistencia promedio el mismo viernes que se estrenan.

Este año el glamour – cuánto padece cada día esta palabra – llegará de la mano de Brad Pitt. Acompaña a Cuentín "Cuentista" Tarantino, aprovechando que se estrena la película que promocionan el mismo día 18 en el circuito comercial de cines en toda España. Así que vienen aquí, se dan un voltio por la Concha, que total, lo mismo les da que pasear sus figuras por la Castellana y probablemente les darán mejor de comer.

Porque si alguien piensa que estos pájaros traen su peli aquí, fuera de concurso, ya presentada en ¡mayo! en Cannes, por el prestigio del Festival patrio, o bien es un iluso, o es un cínico que ríete de ese del tonel.

La cosa está muy malita y hay que vender el bacalao. Y vienen aquí de promoción. El prestigio del festival les trae sin cuidado. Además, ese prestigio no se gana precisamente cometiendo barbaridades como negarle por dos veces el premio del certamen a alguien como, me pongo en pie, Alfred Hitchcock, que - ese sí - presentó aquí en primicia mundial nada más y nada menos que De entre los muertos y Con la muerte en los talones. En su lugar premiaron dos cosas como "Le coeur au poing” e “Historias de una monja”. Olé tus cojones. También Alfredito, qué corazón de oro, repetir. Debiste de comer bien en Gaztelubide.

Otra causa de desencanto con este festival, al que odio y amo a un tiempo (esto me pasa mucho, ¿seré ciclotímico? ¿O solamente un neurótico que ríete tú de Woody Allen? No respondan ahora, háganlo al término del párrafo, que queda poco), es que se repite la misma historia siempre. Parece un déjà-vu. Igual se debe a la ingente cantidad de largometrajes franceses que se presentan este año a concurso. O porque este año la responsabilidad (jojojo) de presidir el habitual Fallo del Jurado recae en Laurent Cantent. O por la tira de pelis francófonas en la sección Zabaltegi. O por la retrospectiva dedicada al Novísimo Cine Francés... No hay dinero suficiente en Fort Knox (Goldfinger, aquello sí que es un peliculón) para pagar por lo que tengo que sufrir estos ocho días que ya se me echan encima.

También es verdad que con Venecia por delante y Toronto pisándonos algún día y al último Amenábar, no es fácil hacer lo que se consigue desde la organización del Festival. Otros lo tendrían más difícil para apañarse con un presupuesto de ¡7 millones de euros! Claro que aquí ponen dinero el ayuntamiento, la diputación foral, el gobierno autonómico, el estatal... Vamos, que si no fuera por estos generosos donantes de dinero ajeno, muchos de los que se jartan estos días a canapés en el María Cristina estarían con un cafelito en la cola del INEM, que está justo enfrente.

Por otro lado, parece que este año la alfombra vuelve a ser roja, después del engendro fucsia del año anterior y del azul de Prusia de otros años. Parece que lo van pillando. Ya sólo falta que las luminarias que vienen sepan vestirse ad hoc. Claro que entre eso y las clases con el logopeda...