lunes, 18 de febrero de 2019

EPICTETO EN 2019

Decía, hace no tanto, que en Occidente no somos budistas y que, por tanto, eso de eliminar el deseo de nuestros corazones no cuadra demasiado bien con nuestra herencia cultural. Por supuesto, estaba en un error: ¿qué hay del estoicismo? ¿Es que se puede olvidar la corriente del pensamiento que durante algún siglo marcó el ritmo de las caligae que marcharon en centurias, cohortes y legiones por las calzadas romanas? El estoicismo incluso marcó el pensamiento de las testas coronadas, en aquella época.

Está claro que, al repasar las corrientes filosóficas que nos pueden servir de guía para encarar las adversidades, se me pasó por completo hacer referencia a la Stoa de Zenón de Citio. ¿Por qué? Quizá porque no está de moda. ¿Y por qué no está de moda? ¿Será por desconocimiento? También. Pero por más que ignoremos la expresión de la ley de gravitación universal, no somos ajenos a su imperio, y, si tropezamos y caemos al suelo, la percibiremos en toda su gravedad, si me permitís el chascarrillo. Creo que si no está de moda el pensamiento estoico se debe, más bien, a su incompatibilidad con los valores en boga, que -así, en general- se podrían resumir en tres: apariencia, disfrute absurdo y tontería. 


Aparte del laureado Marco Aurelio y del patrio -por cordobés- Séneca, cuyos nombres resuenan en las oquedades craneales del occidental común, más por sus papeles como comparsas en La caída del Imperio Romano (Anthony Mann, 1964), Gladiator (Ridley Scott, 2000) y Quo Vadis? (Mervyn LeRoy, 1950) que por su legado, es raro que se recuerde entre los estoicos a Epicteto. Y mira que su νχειρίδιον es un escrito bien cortito y que, convenientemente traducido del griego, resulta inteligible, incluso para las víctimas de la LOGSE.




¿Qué nos cuenta el ahora olvidado griego a los pardillos que caminamos por este viejo mundo en 2019? Cosas tan impopulares como que hay algunos asuntos sobre los que tenemos influencia y otros sobre los que no regimos -algunos, incluso, sobre los que no regiremos jamás-. Nuestro entendimiento, nuestra voluntad de acción, nuestros deseos y nuestras elusiones -aquello que eludimos, que evitamos-, entran dentro de la primera categoría. En cambio no tenemos influencia sobre lo que nos sobrepasa. Y que la fuente de todas nuestras insatisfacciones deriva de considerar como libre aquello que por naturaleza está ligado a uno mismo; y, por contra, creer que lo externo está sujeto a nuestro influjo: "Todos tus planes se irán al traste, te lamentarás, perderás el ánimo y te pelearás con los Dioses y con el mismo mundo".




Si esto no nos ha recordado aún las enseñanzas de Siddharta Gautama, esperad a leer este párrafo: "Recuerda: 'desear' implica la ilusión de conseguir lo deseado; 'eludir' implica la ilusión de no caer en aquello que se evita; y quien fracasa en sus deseos es infeliz, pero quien cae en aquello que trataba de evitar no lo es menos. (...) Si lo que tratas de evitar es la Enfermedad, la Muerte o la Pobreza, serás infeliz. No dirijas por tanto tu antipatía a todo aquello que no eres capaz de dominar, y encauza mejor dicha antipatía hacia aquello que, dentro de tu esfera de influencia, vaya contra la naturaleza. Y, por de pronto, renuncia a todo deseo (...), pero no lo hagas como un avinagrado, sino impávido".

¿Quiere todo esto decir que he pasado de pertenecer a la piara de Epicuro a, de repente, incorporarme a la fila de aquellos que se agolpan junto al pórtico del ágora de Atenas? No lo sé. Lo que creo saber es que el pensamiento -o algo- de George Lucas (todo eso de "utiliza la fuerza", "hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes", "si crees en ti, todo es posible") y flatulencias por el estilo han apestado ya las mentes de un par de generaciones de occidentales, y los Dioses prohíban que terminen siendo tres. Quizá el manual de un esclavo griego del siglo II d.C. puede darnos argumentos para volver a pisar tierra firme, dejarnos de Fuerzas que escapen del campo de la Física, Lados luminosos y Lados oscuros, y, simplemente saber discernir entre aquello que está en nuestras manos de aquello que no lo está; que -tal y como está el patio- no parece poca cosa.





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