Con el aforismo hipocrático -pasado por el tamiz latino- "ARS LONGA, VITA BREVIS" titulé mi anterior aportación a este desamparado blog. Eso me da pie a escribir aquí, donde ahora resuena el eco de mi voz, dos tonterías que, seguramente, interesen poco.
La medicina es una Ciencia, dicen. Para eso se estudia en las universidades, esos modernos templos que surgieron con la megalomaníaca pretensión de abarcar el saber universal. Lo hicieron al amparo de la Iglesia, una institución que, hasta hace bien poco, siempre declaró estar interesada en alcanzar la Verdad. Porque la Revelación y Platón y Aristóteles -sobre cuyos poderosos hombros se asientan las bóvedas de crucería de la Escolástica- dejaron claro que dicha Verdad no podía ser subjetiva ni tampoco polifónica.
Escribía el Estagirita en su tratado sobre la Metafísica:
Protágoras, Hipias, Critias y un largo etcétera -entre los que cabe citar los versos de Píndaro y el enfoque del historiador Tucídides- quedaron de este modo excluidos durante siglos, por relativistas, del debate epistemológico.
Pero el caso es que, escasamente un siglo y pico antes de eso, cuando la medicina no era sino una τέχνη, un griego nacido en la isla de Cos redactó el Juramento que lleva su nombre y compiló -supuestamente- aquello que en su época concernía a esta disciplina. Hipócrates era consciente de que los discípulos de Asclepios practicaban un arte, en virtud de lo abstracta y subjetiva que es la salud.
Hoy en día vivimos tiempos en que el relativismo ha vuelto con fuerza y los juramentos parece que han quedado obsoletos. ¿Para qué jurar? ¿Ante quién jurar? Tampoco se habla hoy de Verdad -en singular y mayúscula- en esas Universidades, que hace ya siglos que se separaron de la Iglesia. Ni siquiera en los rescoldos de la secular institución vaticana hablan ya de verdad o de mentira.
Pero debatir sobre la Verdad en la Ciencia ha pasado a constituir el mismo anatema que hasta hace pocos siglos implicaba hablar de diferentes verdades. De manera que es lógico que salud siga siendo un término muy difícil de definir. Razones para ello no faltan: no es preciso suscribir, como Galeno, que las facultades del alma siguen los temperamentos del cuerpo para constatar que, lo que un organismo tolera perfectamente, para otro puede ser la puntilla que lo lleve al Hades. Pero ¿acaso no beneficia la salud aquello que ayuda a preservar la vida? Dependerá de la medida en que ayude, de que no perjudique otros aspectos, y de lo que entendamos por vida. Y, de esta última -que tampoco es fácil de definir- y de lo que la hace valiosa, hemos seguido aprendiendo cosas, particularmente a lo largo de este último año y medio, en el que han sucedido tantísimos acontecimientos... y a la vez tan poquitos que merezcan la pena. Curiosamente, quienes en este tiempo hemos adquirido algún conocimiento sobre lo que significa estar vivo, y a la par creemos que el concepto de salud es difícilmente objetivable, hemos sido excomulgados por ese trasunto curil, que, desde los círculos de poder, se da en llamar "La Ciencia". En singular y mayúscula. O por quienes pagan las subvenciones, becas y laboratorios de científicos éticamente minúsculos.
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