Me la habían contado muy diferente. A mis ojos se apareció sugerente, nocturna, lunar. No sabría decir si es africana, griega, judía, árabe, italiana…
En la neápolis de Siracusa, en tierra firme, se halla uno de los vestigios griegos mejor conservados. Un conjunto formado por el teatro y el Orechio di Dionysos: la Oreja de Dionisio, la que el tirano hizo cavar en la roca a sus esclavos, y por la cuál se dice que en ocasiones los espiaba.
Pero el meollo de la ciudad está en la isla de Ortigia. Una mezcla de bullicio y tranquilidad cuasi africanas.
Sus construcciones en piedra blanca guardan un aroma veneciano, pomposo y atractivo, y por la noche la vida estalla como en fuegos artificiales en la piazza del duomo. El duomo: antiguo templo dedicado a Atenea, posteriormente a Minerva... Más adelante mezquita. Hoy en día, catedral.
Muy cerca de éste hay templos más antiguos. Uno de ellos el de Apolo, dios del Sol.
Y muy cerca de aquél, una fuente dedicada a su hermana, la diosa de la Luna.
En las inmediaciones del santuario dedicado al dios del Sol, de la Música y de las Artes hay otro templo. Este de los sentidos. Los langostinos mejor preparados y más frescos que he tomado en mi vida, han sido los que tuve la fortuna de probar en el Apollonion, un local minúsculo, a pie de callejón, que regenta Carlo. Una verdadera orgía de sabores mediterráneos: pan de orégano y aceite de oliva, pulpo, gambas insuperables, gamberoni fresquísimos, cigalas, bogavante, ostras, calamar relleno, dorada… Regado del fabuloso vino blanco siciliano. Porque si bien es el Nero d’Avola el que ha ido ganando en prestigio con los años, es el blanco el más arraigado, del que se extraen caldos tales como el Vigna di Gabbri o el Colomba Platino.
Gastronomía aparte, el antiguo centro de la ciudad, presenta aún otra maravilla. Una fuente natural de agua dulce que permitió a los siracusanos resistir al bloqueo ateniense. Y es junto a esta fuente donde crecen de forma espontánea los únicos papiros en todo el continente europeo. Pero esta no es la única peculiaridad del manantial. Cuentan los siracusanos que hace muchos siglos, cuando el mundo era plano y los dioses pisaban la tierra, había una ninfa muy bella que llevaba por nombre Aretusa. Con su sonrisa y su esbelta figura encandiló a Alfeo, el dios del río del mismo nombre, que vivía en la opulencia y pensaba que la podría ganar con sólo proponérselo, olvidando que Aretusa había jurado castidad y seguir al séquito de Artemisa. La ninfa no sabía qué hacer y pidió ayuda a su señora, quién la transformó en un manantial. Aretusa corrió pues bajo el mar Jónico hasta aparecer en la isla de Ortigia, donde desde entonces surte de agua potable a sus habitantes. Pero Alfeo, el río, no se dio por vencido y corrió hasta dónde ella estaba y sus aguas se fundieron al fin en un abrazo.
Siracusa. Un misterio.
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3 comentarios:
Por fín entiendo lo del engendro de bocata de hatun que te comiste, sé que fué en nuestro honor y seguro que sufriste mucho comiéndotelo, pero... ¡Ay, pillín, pillín!!! luego te resarciste a base de bien. Un buen vinito, unas deliciosas viandas.... Me alegro por tí, teniente, alguna compensación debías tener por esa cosa rellena de algo parecido al hatun que te vendieron a precio de orillo.
Me ha encantado tu entrada, pero eso no es ninguna novedad.
Me encantan las fotos (qué raro...)
Pero sin duda, me quedo con la del Orechio, la última sobretodo.
Vaya, no hay como dejar de rogarte para que dejes de hacerte de rogar.
(Para mi que lo de que queria ser casta y todo eso era una broma de Aretusa para quitarse a Alfeo de encima,que debía ser muy pelma, pesado como un morrillo de río, que dicen, debe ser por él )
:)Gracias Kip, a mi también me han gustado mucho las fotos,mucho más cuando ya no contaba con ellas.
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