Alargó el brazo para alcanzar el periódico y mi mente voló al Sinaloa. Amo ese lugar. No es mío, pero de alguna manera sí, porque yo lo inventé.
El Sinaloa arrastra una maldición antigua. Ha sido un local de moda y de vicio desde principios del siglo XX, cuando un indiano aburrido y caprichoso lo abrió para su hijo bajo el nombre de Café Veracruz, en homenaje al lugar de donde provenía su fortuna y lo convirtió en el sitio más exclusivo de la ciudad. Sin embargo, el tiempo que pasaba en el café, convirtió la incipiente afición al juego del heredero en una obsesión que lo dominó y que poquito a poquito terminó con él ,comido de deudas. Tuvo que malvender lo poco que le quedaba y traspasar el negocio. Lo adquirió, por casi nada, un antiguo socio de su padre, que se había ido quedando también con todo lo demás, incluso con su mujer; una pelirroja flaca y lánguida que no hablaba nunca.
El nuevo propietario transformó el Veracruz en uno en uno de aquellos cafés-concierto. El hubiera deseado llamarlo París pero se decantó por Valparaíso porque le sonaba exótico a su mujer recién estrenada. Creyó que el emplazamiento del local y su distinguida parroquia lo convertirían pronto en un hombre rico y acertó aunque, la verdad, la alegría no le duró mucho. En la celebración de la nochevieja de 1932, un desafortunado descuido provocó un incendio que arrasó el lugar con la desgraciada consecuencia de seis víctimas mortales, entre ellas él mismo. Las malas lenguas decían que el incendio fue provocado por el antiguo dueño, que esa noche había sido visto cerca de allí. Pero eso era imposible porque lo último que el pobre hombre, arruinado, amargado y enamorado hasta los huesos había hecho en el Veracruz fue ahorcarse colgado de una de las vigas de madera noble del techo.
Con el tiempo hubo un aborto clandestino que desembocó en la trágica muerte de la camarera mas bonita de la sala Caribe, un tiroteo por un oscuro asunto de herencias que enfrentó a los dueños gemelos del café Buenos Aires, una reyerta por historias de drogas que acabó con la vida de la viciosa propietaria del Pub Venezuela…Y así sucesivamente, durante casi un siglo, la desgracia había ido marcando uno por uno, inapelablemente, a los dueños de todos negocios abiertos en el lugar que hoy ocupa el Sinaloa. Todos habían compartido las dos constantes, la tragedia y el topónimo americano.
Yo le había hablado a Mónica muchas veces de mi fascinación por el Veracruz. Siempre que pasábamos cerca. Le decía lo que me encantaría hacer con él si pudiera comprarlo. Mónica y yo no éramos exactamente amigas. Mi madre había trabajado planchando en su casa y algunas veces me había llevado a jugar, porque los padres de Mónica estaban muy preocupados por ella. Era una niña difícil que no tenía amigos propios y a la que le costaba mucho abrirse a la gente porque era muy tímida, como decía mi madre, pero también era egoísta y acomplejada y triste y resultó tremendamente dependiente. Se agarró a mi como un náufrago a una tabla y me llamaba a menudo y a me hacía regalos carísimos, que exacerbaban mi mala conciencia, porque por mucho que se empeñara mi madre, encantada con aquella amistad, lo cierto es que yo a Mónica no la soporto, nunca la he soportado.
Ella terminó por contagiarse de mi entusiasmo por el local. Y lo compró. Y lo llamó Sinaloa como lo hubiera llamado yo, que siempre acabo las noches de gloria beoda cantando a pleno pulmón narcocorridos de los Tigres del Norte. Y lo decoró como una réplica casi exacta del lo que había sido el Veracruz, como yo pensaba hacer, y se dedicó a cultivar el carácter maldito del local en lugar de intentar esconderlo como yo habría hecho, y colocó en la entrada un panel con las noticias y las fotos de los diarios donde se recogían todas las desgracias ocurridas en el Sinaloa desde que había sido café Veracruz. Las noticias se las recopilé yo misma. Y también incrementó en un 30%, el precio de las copas que se servían en el Sinaloa, tomando como referencia los antros mas caros que ella conocía y que eran los más caros de todos, claro. Exactamente como yo había previsto hacer porque que la conocía bien, y siempre había pensado que lo que sobraba en aquella ciudad eran pijos morbosos, aburridos y desgraciados como ella, con un montón de pasta para gastar.
Las ideas eran mías, pero yo no tengo dinero. Mónica sí, osea que ella las puso en marcha, el local es suyo, y es una portentosa máquina de hacerle tener más dinero. En un arranque de generosidad, supongo, también me ofreció un puesto de camarera, debí mandarla a la mierda, pero acepté. Amo al Sinaloa hasta con ella dentro.
Contra mis pronósticos también me enamoré de su clientela. Tenemos de todo:
Un músico adorable que roba flores en los jardines para su mujer, una psiquiatra neurótica con mala suerte en el amor, dos amigas medio locas, una rubia como Mónica y otra pelirroja como yo, que bailan subidas en tacones imposibles. De de vez en cuando ha pasado por allí hasta una strella del rock adicta a los zapatos entre otras cosas.El otro día vino a despedirse, porque se va de gira al sudeste asiático y se lleva a su hermana: la histérica, celosa y operada hasta de las pestañas que ha huido, otra vez, de la enésima clínica de desintoxicación en la que la había encerrado su marido. El Sinaloa es un mosaico abigarradísimo e increíblemente divertido. Es el es el bar que yo quise que fuera. Solo hay dos clientes que me destrozan los nervios, uno es mi vecina del tercero, la idiota del audi, creo que el coche me cae gordo solo por ella. Ella, que se ha hecho íntima de Mónica, viene con "él", que es lo puto peor; un pijo de mal gusto y peor carácter que la soba constantemente, sin pudor y sin gracia. A él me gustaría partirle la cara personalmente, porque su mujer fue conmigo al colegio y es la mejor persona que conozco. Algunas veces la ha traido con él.
De entre todos ellos , mi favorito es Tomás, un mexicano viejo que conserva intacto su acento criollo y que me gusta mucho, por alto, por flaco y porque es la personificación del Quijote, el icono perfecto de la locura y la bondad. Habla poco, y no paga nunca. Mónica lo odia porque cuando abre la boca es solo para recordarle que un día la maldición la alcanzará también a ella por ser tan avariciosa y después me mira a mí con calor y me dice que yo me voy a salvar. Me ha tomado cariño porque yo le invito siempre, claro. Le invito de verdad, Mónica me descuenta de mi sueldo todas las copas que bebe Tomás, y son muchas. Hace poco Mónica planteó la posibilidad de que todas las camareras nos cortásemos el pelo como ella y nos tiñéramos de rubio como ella y nos vistiéramos igual que ella, para hacer un ejército de clones detrás de la barra. Fue la única vez que Tomás perdió las formas, esa cortesía hidalga y antigua que lo hace tan especial. Se la quedó mirando fijo un rato hasta que la puso nerviosa, y después le levantó la voz por primera vez para advertirle que a mí me dejase en paz.
-Si le tocas un pelo y nunca mejor dicho, te mato, rubia. Va en serio
(MAÑANA FINAL)
(MAÑANA FINAL)
10 comentarios:
Con esta parte he intentado, me temo que bastante torpemente, daros las gracias a todos... ahora a ver como me desenredo, os suplico humildísimamente que me sigais ayudando
;)
Eres un genio, almita, no sé si mi pobre y atrofiada imaginación podrá seguir colaborando, pero la obligaré, al menos, a intentarlo.
El trabajo de equilibrista, haciendo malabares con tantas tramas a la vez es complicado. Has salido airosa, que no es poco, teniendo en cuenta que eres un cadáver...
;P
DE cadaver nada... todos la mataís.. menos yo.. quela arranco la toalla
De torpemente nada de nada y las gracias te las tenemos que dar nosotros a ti por esta entrada, bueno por esta serie de entradas, te diría que eres fantástica y cosas así, pero despues te creces y ya eres bastante acaparadora.
Te queremos guapísima, gracias por ser el alma de hatunia.
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase la lata.
Qué gran poeta este Bécquer que me dedicó un poema, pues tal ha sido mi existencia estos dos últimos años, olvidada por Tomás, mi dueño, entre escombros y polvo, en aquel rincón oscuro en que quedó reducido aquella noche el Sinaloa.
¿Qué dices?
No te oigo bien.
¿Que el poema no es sobre una lata?
¿Que es sobre un arpa?
¡Qué sabrá este poetucho, mira que dedicarle un poema a un instrumento de tortura! Pues sí, ya lo pintó El Bosco, el arpa, y toda la música es una tortura, y fue la música la que cumplió la maldición del Sinaloa.
Llegué al Sinaloa, desde mi México natal, rellenita de jugosos calamares en salsa americana, picantes, al estilo que gusta en mi tierra. Tomás, compatriota mío, nos importaba y las revendía en la calle y en mercadillos para pagarse la estancia en este país que tan bien le acogió, y que tantos sinsabores le ocasionó. Decidió instalarse en esta ciudad por la gran comunidad mexicana que en ella vivía, y por el Veracruz, Caribe, Juárez, o como quiera que se llamase el maldito garito, local donde se pasaba las tardes muertas escuchando música y tomando tequila, momentos que aprovechaba para vender, por supuesto a escondidas de los diferentes dueños, algunas latas de calamares picantes, que, como dicen ahora, hacen un buen maridaje con los tragos.
Hará unos 4 años, el local lo compró una niña mona y pija de la ciudad, con aires de grandeza, y con aspecto de rubia anoréxica, recuperó su esplendor pasado aunque no mantuvo el nombre original, Sinaloa lo llamó. Bonito nombre creía Tomás, había nacido en Culiacán, la capital del estado de Sinaloa, y vio en el nombre una posibilidad de romper la maldición que pesaba sobre el bar. Con la pija, apareció la pelirroja, Marian, creo recordar que se llamaba, camarera de las mejores, amiga de Tomás y enemiga del pijerío que empezaba a deambular por el Sinaloa. Aunque lo intentó, nunca logró Tomás que Marian le aceptase las latas de calamares picantes con las que le obsequiaba a cambio de los tragos que tomaba, una pena porque mi relleno es de los más sabroso y jugoso, y el material es de la mejor calidad, calamares del pacífico, los de mejor sabor del mercado.
No recuerdo bien, lo que paso aquella noche, el golpe que me di al caer del macuto de Tomás empaño mis percepciones, pero sé que momentos antes Mónica entró al bar con un líquido viscoso amarillento y armada de unas grandes tijeras con las que pretendía hacer no sé qué a las camareras y cantando a viva voz una canción del los Tigres del Norte, y diciendo algo así como "todas rubias para los tigres"
tu me la aconsejaste
me la echaste a perder
y lo peor fue que la enviciaste
que malo debes de ser
a mi no eche la culpa
porque no se culpa usted
ella se sentía tan sola
y usted no la supo entender
Volaron vasos, copas, botellas, sillas, barras de hierro, intuí unas primeras llamas… Cuando recobre el sentido me encontré tirada en un rincón, abollada, olvidada, la cabeza me estallaba -¿qué dónde tengo la cabeza? En la anilla del abrefácil- y el ruido de sirenas del exterior no hacia sino aumentar el malestar.
Y allí he pasado estos dos años, hasta que anoche apareció entre las ruinas la camarera pelirroja, lloraba, quizás a causa de los tragos que le había dado a la botella de tequila vacía que llevaba en la mano, y entre sus gemidos logré descifrar algunas estrofas del narcocorrido que cantaba la pija rubia hace dos años. Cuando me descubrió entre los cascotes, su llanto se acrecentó, sus lágrimas caían sobre el polvo que me recubría, creando una masa gris salada, mientras llamaba a gritos a mi dueño, -Tomas, Tomás, vuelve- Mi suciedad no le debía importar, porque abrió su bolso y me depositó suavemente junto a una cajetilla de tabaco, las llaves de su departamento, y su celular.
Debía de estar ya en su casa, porque estaba tirada en el sofá cuando me sacó del bolso, tiro de mi anilla, y con los dedos fue extrayendo mis ricos calamares y comiéndoselos a la vez que seguía gimiendo y llamando a mi dueño. Nunca la había visto fumar, pero esta noche se encendía los cigarros de dos en dos. Quise consolarla pero no llegó a entender mi lenguaje, y si lo hizo, comprendió mal porque me utilizó de cenicero. Al menos no me tiró a la basura directamente y me permitió seguir un rato más disfrutando de su compañía, no mucho más porque desapareció durante un tiempo que se me hizo eterno, –ahora que había dejado atrás la soledad, no soportaba quedarme sola-, al cabo del cual regresó totalmente cambiada, había desaparecido su hermosa melena pelirroja y en su lugar lucía un pelo rubio bastante más corto, que le asemejaba a la rubia pija del Sinaloa.
Esta mañana al despertarse me ha mirado con cara de asco y se ha desecho de mí lanzándome desde la terraza, y así he llegado hasta aquí, otra vez tirada, aunque esta vez en la calle y pudiendo disfrutar de compañía y de la luz del sol.
Y esa es mi historia, querido amigo. Creo que te toca a ti, amigo Audi, contarme la historia que te ha traído hasta aquí.
Alma, lo siento mucho, pero ya no podré colgar más historias. mi negro se ha despedido, dice que es incapaz de escribir una historia por día, y que aunque pueda seguir fusilando el "mal de amores" de angeles mastreta, este libro está muy vigilado desde el affaire que tuvo con la Quintana.
Besos
Besos para tí, y para el negro...si me están dando ganas de besar hasta a la lata, que te quiero hatun, que me gusta la Mastretta pero menos que tú...Me ha encantado lo de "celular". El negro se documenta, es un profesiona
Esperaaaando esperaaaaando, el final :D
Que buenísimo el negro...Aratz, ¿me harías el favor de pasarme el número de su "celular"?, que a mi como a la Quintana se me da fatal escribir.
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