El mesmerismo, esa ciencia arcana más ampliamente conocida bajo el notorio nombre de hipnosis, predica (y no sin razón) que mediante una serie de pases con las manos, un ser humano es capaz de dominar el espíritu de otro. Quiere esto decir que realizando una estudiada secuencia de movimientos frente a un individuo y con ayuda de brazaletes u otras piezas metálicas, dicho paciente queda en estado de trance. En este punto su voluntad no es ya la suya propia, sino la de quien efectúa de manera activa el ritual. El hipnotizador dice, pongamos por caso, "ladra" y el paciente lo hace sin rechistar. No en vano se conocía esta técnica como magnetismo animal. No obstante la aplicación del adjetivo "animal" resulta poco ajustada. Los animales actúan por instinto y el mentalismo no funciona sobre ellos. Pero aquí no terminan las premisas previas. El paciente debe estar predispuesto a dejarse hechizar. Dice el refranero que no hay más ciego que el que no quiere ver. Llegamos así al punto clave: para ser hipnotizado lo que hace falta es voluntad. Voluntad para ser hipnotizado. De otro modo ya puede intentarlo el mentalista más avispado que, si el paciente no quiere, no hay más que hablar.
II
Informa hoy la agencia Reuters del siguiente hecho: El Coloso, obra atribuída durante más de un siglo al pincel de Goya y expuesto en una de las salas privilegiadas de una de las pinacotecas más prestigiosas del circuito internacional, El Prado, resulta no pertenecer al genio aragonés. Los últimos estudios así lo indican. Unas iniciales sospechosas de corresponder a su verdadero autor parecen aportar el dato definitivo.
En fin, un cuadro que no corresponde a uno, sino a otro. Nada nuevo.
Hasta aquí, todo correcto. Pero a partir de este instante es cuando surge el problema: vayamos a las declaraciones de Manuela Mena, jefa de conservación del Prado en el apartado pintura del siglo XVIII y más concretamente Goya.
"La pobre anatomía de 'El Coloso' no admite comparación con los desnudos masculinos, bellos y realistas, conocedores en profundidad de la belleza del desnudo clásico y barroco, de Goya (...) La cabeza de la figura presenta las mismas imprecisiones y torpezas del cuerpo, así como su falta de coherencia técnica"
Doña Manuela se ve que se confundió de profesión. Ella iba para bombera pirómana. Pues bien, no contenta con lo anterior, la mencionada señora Mena afirmó que "visto con luz adecuada se hace manifiesta la pobreza de su técnica, de su luz y colorido, así como la marcada diferencia de 'El Coloso' con las obras maestras, de atribución documentada de Goya".
Ante tamaña ineptitud ocupando un cargo público a uno le dan ganas de coger un vuelo a Chiquitistán, donde seguro que hay más criterio que en España. Si la señora Mena consideraba que la anatomía del coloso era pobre, indigna del maestro, que su cabeza presenta torpezas, que la técnica en lo que a luz y colorido se refiere es pobre etc, etc, ¿por qué tanta tardanza en retirar ese horrendo cuadro y que lo reubicaran en una de esa multitud de salas de las que goza el Prado, en las que se acumulan el polvo, las arañas y en tiempos algún que otro Rubens? Si la señora Mena, por el contrario, mañana descubre que la Maja desnuda en realidad no es más que la creación fatua de algún sobrino del sordo, ¿le echará un cubo de pintura roja por encima, en señal de náusea?
El incendio que se desencadena cuando un jefe de conservación de un museo como El Prado estampa su rúbrica bajo tan desafortunado manifiesto es doble. Por una parte está el efecto hipnótico que se produce sobre el público. Cuando la experta, luego hablaremos más de esto, señala que el cuadro es "técnicamente pobre", la gente asume que dicha señora está en lo cierto. Porque la gran mayoría de la gente tiene amplias tragaderas. ¡Podemos con todo! Por otra parte, los libros de texto que ayer glosaban los prodigios de "El Coloso", los ejes de su composición, el tenebrismo del que hace gala y la metáfora que representa su devastador paso por los campos; esos mismos libros de las mismas casas editoriales, digo, mañana condenarán la obra al olvido. Y en unas pocas generaciones el recuerdo de aquel cuadro se habrá disipado como el olor a pólvora después de un fusilamiento. Pero olvidaremos porque en realidad estamos predispuestos a olvidar. Nos dirán que es feo y diremos que es feo. El criterio propio lo aparcaremos a un lado y nadie reparará nunca más en ese cuadro. Nadie dirá "pues a mí me gusta". Y si algun despistado lo dice, será un rara avis. Porque el criterio propio no está de moda. Nunca lo estuvo, pero estamos en una época en la que lo gregario y lo lanar abundan ya tanto, que estoy por salir a ordeñar a algunos convecinos.
Por último, ¿cómo logra convencer la experte en oeuvres d'art al respetable de que su criterio es el acertado? Agitando ante la turba su título enmarcado en ébano. Me regocijaría en extremo si con el tiempo se descubriera que tal título lleva en realidad un sello falsificado, así como la firma, no del Ministro de Cultura, sino de algun pariente lejano.
Y basta ya de palabrería. Señoras, señores: El Coloso.